Capítulo 2: La historia de Polyface Farm

En este segundo fascículo-resumen (¡extenso!) del libro de Joel Salatin (cuyo subtítulo por cierto es La guía del emprendedor para empezar y triunfar en una empresa agrícola) te resumo el segundo capítulo. Es apasionante y es la historia familiar del autor.

«He sido bendecido por un legado de agricultores que pensaron de forma poco convencional y que vivieron por debajo de sus posibilidades. Mi bisabuelo, «Happy» Smith, cultivó de forma bastante exitosa en Indiana y mantuvo una excelente reputación en su vecindario. En su obituario se mencionaba la fina calidad de su ganado y sus excelentes cultivos

El bisabuelo de Joel, Happy, murió mientras dinamitaba tocones despejando terreno para cultivar. Su abuelo, Frederick Salatin, que se había casado con una de las hijas del dinamitado, se puso manos a la obra, junto con su esposa, para llevar la finca. Tuvieron que dejarlo y se fueron a vivir a la ciudad, donde Frederick se empleó como maquinista en una empresa de coches. Pero amaba la agricultura. Convirtió sus cerca de 2000 m² de parcela urbana en «un paraíso». Cultivaba frambuesas, fresas, verduras, uvas y tenía colmenas. En una esquina criaba gallinas ponedoras y creaba inventos para regar y otros menesteres agropecuarios.

Joel recuerda la reverencia que sentía hacia su abuelo cada vez que iba a visitarlo y este le mostraba su jardín, «siempre perfecto.» Exuberantes racimos de uvas, pilas de compost de dulce olor, hierba cuidada en los pasillos de los bancales…

El padre de nuestro autor siempre quiso cultivar en un país en desarrollo (desde los 6 años al parecer). En la Universidad dio un discurso sobre la «deplorable erosión de las tierras de cultivo americanas» y defendió prácticas conservacionistas. Finalmente consiguió su objetivo. Trabajó para la que hoy día es Texaco en Venezuela como traductor contable. Se casó después con la madre de Joel y regresaron a Venezuela; compraron 500 hectáreas en tierras altas. Su objetivo era criar pollos de engorde y montar una lechería.

Los pollos del padre de Joel ganaron notoriedad rápidamente en el mercado por la continuada buena salud de los animales, cosa infrecuente en ese momento. Pero en 1959 todo cambió debido a una revolución comunista. Les quitaron la finca y todas sus posesiones. Consiguieron, no sin dificultades, embarcarse en un carguero y regresar a los Estados Unidos. Joel tenía 4 años y su hermano Art, 7.

Recibieron un pago simbólico por su finca arrebatada, merced al embajador venezolano en los EEUU, y compraron una finca en Virginia, en el valle de Shenandoah. «Era la peor finca de todas, pero papá y mamá pensaron que era la mejor para comprar y nos establecimos ahí.» Con el cheque venezolano el padre compró 28 vacas. La finca tenía algunas áreas muy erosionadas. Su padre puso toda su atención en esfuerzos de conservación. Plantaron muchas hectáreas de árboles.

Los padres de Joel recibieron consejo profesional: «pastoread las zonas de bosque, sembrad maíz, ensilad y aplicar fertilizantes sintéticos.» Nada de eso hicieron. El padre leyó un libro de André Voisin y y se dio cuenta de que el secreto de la productividad estaba en el pastoreo dirigido. Inventó un sistema de cercas eléctricas y comenzó a mover las vacas cada dos semanas.

Después de un año el padre se dio cuenta de que la finca podría pagar la hipoteca o los salarios, pero no ambos. Rápidamente se deshizo de las vacas y obtuvo un puesto en el pueblo como contable. La madre hizo lo propio empleándose como profesora. «En 8 años estábamos libres de deudas».

Art, el hermano de Joel, empezó a criar conejos. Su padre inventó una infraestructura para que fuese útil para esta cría pero no terminó de convencer la idea y dejaron los conejos. Joel, por su parte, comenzó a los 10 años de edad un negocio de huevos, pues le encantaban las gallinas ponedoras de un tío suyo. Al padre se le ocurrió usar la infraestructura de los conejos para las gallinas e irlas moviendo por el campo. Inventaba así el modelo de pollo de pasto.

El padre de Joel, que era economista, se dio cuenta rápido de que una pequeña granja no puede subsistir de vender al por mayor o a granel. El negocio estaba en la venta directa.

Joel a los 13 años estaba yendo al mercado a vender huevos, mantequilla, queso, carne fresca, verduras, yogur, cerdo y pollo. Pero como no le convencía la forma de presentar el pollo comenzó a asarlos en el gran horno de su madre, consiguiendo así precio mucho mejor (un 800% mejor). «Durante todos mis años de instituto, mientras mis compañeros dormían los sábados por la mañana de las tonterías del viernes noche, yo me levantaba a las 4:00 a.m. y tiraba para el mercado, que abría a las 6:00 a.m. Para las 8:00 a.m. ya había vendido 60 docenas de huevos.»

La finca aún no era rentable. La fertilidad del suelo había mejorado, las destrezas de Joel como vendedor eran evidentes, el padre tenía las habilidades ingenieras y economistas necesarias y Joel el don de gentes. Pero todavía no se sabía cómo la finca iba a pagar los salarios así que Joel decidió convertirse en periodista.

Joel conoció a su futura esposa, Teresa, y comenzaron a planear ir a vivir juntos a la finca. Hicieron lluvia de ideas de las vacas y de la leche que venderían al por menor. Fue cuando comenzó a entrever que la finca podría llegar a ser rentable. Se interesó en formas muy austeras de vivir y compró, por 50$, un coche a un amigo (que vendió al año siguiente por 75$). Empezó a escribir para el periódico y a ahorrar dinero. Se casó con Teresa y marcharon de luna de miel en ese coche. Después de 17 años casados, han gastado en coches -cuenta el autor- 6.000$ en total.

Teresa y él arreglaron el altillo de la nave de la granja y se mudaron ahí. Lo llamaban el ático. Ahorraban cada centavo y conseguían vivir con 200$ al mes. «Si no lo cultivábamos no lo comíamos. Nunca salimos por entretenimiento. La granja era nuestra vida, nuestro entretenimiento y nuestro amor. Ella hacía nuestro pan, cosía nuestra ropa y puso el corazón en nuestro hogar.»

Mientras tanto Joel seguía escribiendo en el periódico sobre agricultura, porque era el más apto para ello.

Debido a esto conoció mucha gente y visitó muchas granjas, descubriendo con espanto los nefastos resultados de las recomendaciones agrarias convencionales. Su finca no era todavía rentable pero tenía trazas prometedoras: la tierra había ganado en fertilidad, los animales estaban sanos y tenían implantados sistemas productivos de bajo coste que funcionaban. Se veía una luz al final del camino.
Finalmente Joel renunció a su trabajo periodístico en pos de su objetivo, vivir de lo que producían. Le tildaron de loco, «¿es que no sabes que no se puede hacer dinero de la agricultura?» Pero había visto la oportunidad con un negocio de aprovechamiento de cáscara de nuez que habían visto y encontrado muy interesante. Ese año la cosecha, sin embargo, fue una fracción de la anterior. Se tuvieron que apretar el cinturón aún más y perseverar. Perseverar lo máximo posible. Consiguieron terminar el año.

Al año siguiente sus vecinos amish les ofrecieron pollos de pasto para criar. Y lo hicieron. Algunas vacas, los pollos, leña del bosque… Poco a poco las cosas fueron cogiendo forma.

Su padre murió en 1988 con la conciencia de que estaban creando algo importante. Estaban vendiendo todo al por menor, los clientes llegaban en manadas y estaban libres de deudas. Antes de morir su padre le dijo: «hijo, vas por el buen camino. Continúa así».

El capítulo termina con algunas reflexiones imborrables. Joel, Teresa y sus hijos gozan de una buena vida en la granja, gracias a que sus padres supieron vivir un poco por debajo de sus posibilidades; generalmente cada generación acaba viviendo un poco por encima de sus posibilidades, lo que tiende al empobrecimiento. Haber crecido sin TV (todavía no la tienen), hacer los regalos de Navidad en lugar de comprarlos y tantas otras cosas. «Pacientemente avanzamos hacia nuestro sueño, y disciplinamos nuestras gratificaciones a corto plazo en pos del éxito a largo plazo.»

Mientras sus amigos se hipotecaban y compraban coches caros ellos conducían chatarra, vestían vaqueros rasgados y compraban en la tienda de segunda mano. «¿Dónde está la gente que va a empeñarse en conseguir sus sueños sin importar la opinión de los demás?» «¿Dónde están los padres que van a tirar la televisión, educar a sus hijos en casa, estimularlos para el debate, teatro, ciencias forenses en lugar de jockey? Aprender a comunicar va a ser mucho más importante que aprender a meter una pelota por el aro.»

«Es el momento de dejar de vivir en la vía rápida de la estupidez y comenzar a vivir en la vía correcta hacia la realización y el éxito. Puede pasar; pasa. Pero la gente exitosa no nace, se hace. Bendigo mi pasado trabajando en la granja, teniendo mi propio negocio a los 10 años, participando en teatro y debate, no teniendo TV y cantando villancicos con el grupo de la iglesia en Navidad. Esto es lo que construye el carácter, la pasión y los sueños realizados.»

«Los últimos 7 años han sido nada menos que un milagro. Nuestros sistemas funcionan, nuestro duro trabajo está dando sus frutos.»

Próximo capítulo: La filosofía adecuada.

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